Comentario
La representación de la naturaleza en su inmensidad inabarcable y en su magnificencia física sirve, efectivamente, en muchos cuadros románticos para proyectar valores panteístas en los que se confunden las lecturas poéticas con las lecturas religiosas de un orden infinito de esa naturaleza a la que se quiere aludir en su totalidad. Ejemplos paradigmáticos a este respecto son, desde luego, los lienzos de C. D. Friedrich.El paisaje se convirtió ya en el siglo XVIII en pantalla de proyección de ideas que estaban ligadas a la renovación cultural de la época. Un grabado del costumbrista Daniel N. Chodowiecki (1726-1801) que pertenece a una serie que realizó para el almanaque de 1791 se titula Ilustración, y es un paisaje. Es, en efecto, una alegoría en torno a la idea de Ilustración, pero no se basa en personificaciones, sino en una configuración atmosférica, en un paisaje, y, en concreto en un paisaje de amanecer. La idea de Ilustración se encarna en el sentimiento provocado por tal paisaje, en la medida en que está hablando a la naturalidad del individuo, a su ser ético y experiencial, y no a sus prejuicios. Y el paisaje nos remite a un entorno del que está ausente la afectación de la cultura cortesana y ajeno a una civilización corrupta. Existe una acuarela de J. W. Goethe de 1792 que guarda afinidades con el mencionado aguafuerte, pero con el tema de la Revolución. Es su Paisaje de Luxemburgo con el árbol de la libertad. En una naturaleza diáfana se erige el árbol revolucionario con un cartel que dice: "Transeúntes: esta tierra es libre". Encontramos nuevamente, pues, la proyección de los grandes ideales de la época en una ambientación paisajística.Pero, en el paisajismo de fin de siglo, incluso en el de la época del Romanticismo pleno, no encontramos únicamente el paisaje sentimental. Un pintor que conocía bien Goethe era Philipp Hackert (1737-1807), autor de algunos paisajes de montaña a lo Vernet, pero quien, junto al más joven y talentudo J. Ch. Reinhardt (1761-1847), ganó un espacio para el paisaje clasicista en la pintura alemana. Con ellos y con artistas como J. J. Müller von Riga (1765-1832), J. G. von Dillis (1759-1841), el checo K. Markó (1791-1860), entre otros, se extendió, aun en la época que afecta al Romanticismo, el gusto por un paisaje directamente ligado a la tradición loreniana, y que se ejecutaba habitualmente en largos viajes a Italia. Las obras de Lorena seguían siendo objeto de imitación y de copia entre los nuevos paisajistas. En Inglaterra Richard Wilson (1713-1782) y sus seguidores asumieron para la propia tradición los modelos de Claude Lorrain, como también se extendió la admiración por las escenografías del antiguo de un G. Volpato. De hecho, algunos pintores cuya obra, en conjunto, responde a otros parámetros distintos a los del paisaje ideal, como pueden ser Turner o C. Rottmann, dedican parte de su obra al legado loreniano. En Francia el paisaje más extendido en el 1800 se debía a esta tradición; podemos recordar los nombres de N.-D. Boguet (1755-1839) y de L.-A. Letellier (1780-1830).Frente al modo de representación paisajística que hemos descrito someramente como más propia del Romanticismo, este paisaje avalado por los teóricos academicistas buscaba un especial equilibrio en la composición, una combinación armónica y amable de los elementos y una variedad graciosa de los motivos, siempre en un espacio unívoco, cadenciado y transparente. El paisaje arcádico no sólo obviaba las tensiones fuertes, sino igualmente todo lo que pudiera hacer referencia a una naturaleza no humanizada, que no se presentara a la medida del hombre. Motivos como la alta montaña o fenómenos meteorológicos ingratos estaban, por supuesto, fuera del paisaje ideal. Esto no excluye, desde luego, las evocaciones sentimentales de la naturaleza meridional, tan frecuentes entre los románticos.El paisaje clasicista buscó sus motivos en los mismos lugares que Lorena y los lorenianos, en Italia. A la vez que Gaspar David Friedrich pintaba el paisaje sajón se quejaba de la sobreestimación y de los premios de los que gozaba ese paisaje de estela loreniana. Y escribía, por ejemplo, en 1830: "A los señores jueces del arte no les bastan nuestro sol alemán, nuestra luna, estrellas, roquedales, nuestros árboles y hierbas, nuestros campos, lagos, ríos. Todo debe ser italiano para poder reclamar grandiosidad y belleza". Existe un componente importante en la inflexión romántica del paisaje que es el valor de la naturaleza local, del propio país, el ingrediente de la autenticidad ligada a lo nacional. Y en la afirmación moderna del paisaje nórdico Friedrich es pionero. Pero, sobre todo fue pionero en su afán de ofrecer un paisaje de tema, un paisaje de género grande, sobre la base de motivos de la naturaleza nórdica.